En las últimas décadas ha habido un incremento del número de animales de compañía en nuestros hogares, sobre todo de perros. Frecuentemente nos encontramos con familiares, vecinos y amigos que tienen un cánido como miembro de su familia.
Durante estos años hemos tenido la oportunidad de ver muchas formas de tratar a nuestros cánidos, tanto en los programas relacionados con el comportamiento canino en la televisión, como personas que nos conocen y nos aconsejan basándose en su experiencia o conocimientos. Esto nos puede generar muchas dudas y caer en contradicciones a la hora de tratar con nuestro cánido. Hay que tener en cuenta que cada perro es diferente y no siempre es fácil saber qué necesita nuestra mascota realmente.
El problema se nos plantea cuando el perro empieza a generar conductas molestas o situaciones que no sabemos gestionar. Esto nos hace sentir incómodos e intentamos buscar soluciones rápidas, lo que se suma a que probablemente aparezcan algunas personas dándonos consejos quizá inapropiados, incompletos o poco efectivos. Por ejemplo, es típico que las personas acariciemos o mimemos a nuestros cánidos en momentos de estrés o ansiedad (se muestra en forma de gemidos, bostezos…). De esta manera estamos premiando la conducta en vez de sacar al perro de esta situación. Lo mismo ocurre con el miedo, retroalimentando así situaciones que nos incomodan. Otro ejemplo que me cuentan habitualmente es el uso de diferentes tipos de collares para evitar conductas no deseadas. Estos pueden ser útiles, pero hay que tener muy claro cómo y cuándo usarlos, y si este no es el caso, puede perjudicar en gran medida la situación y asimismo, la salud psíquica y física del perro.
Con el método que aquí os propongo quiero trabajar desde la mutua comprensión con nuestra mascota, utilizando las correcciones oportunas y evitando cualquier tipo de medida aversiva. Partimos de la base de que si nuestro perro no nos entiende no podremos solucionar nada.